Javier Beiro: «En constante conversación con la madera, el hierro y la piedra, emerge el placer de mi juego artístico»

28 mayo 2025
"Me resulta complejo poner palabras a lo que hago ya que no me considero un escultor técnico sino más bien un artista eclécticamente emocional. Mis manos me conectan con el mundo abriendo un portal entre lo íntimo y el universo social más allá de mi piel."
Home

Como un si pero no, un quizás o un vaya usted a saber, trabajo con las emociones e inseguridades de quien se deja volar en una jarapa con aspiraciones de alfombra persa y manufactura de telar hindú. Recolector de imágenes espontáneas, capto las formas en mi retina con cada parpadeo, las disfruto y luego pretendo olvidarme de ellas. Pero siempre dejan una huella, un rastro en forma de emoción traducida al lenguaje escultórico. Y en algún momento, ese recuerdo sale tamizado a la luz de manera aparentemente anárquica. Como si un «pasaba por aquí» dirigiese el fluir creativo.

Para mí, crear es buscar la satisfacción en la curiosidad más que dar salida a las pasiones. Supongo que el motivo está en que yo he ido descubriendo la escultura en base a explorar de manera autodidacta. Nací en un entorno rural muy pobre desde el punto de vista artístico, pero tremendamente rico en el aspecto de la actividad manual. Con un abuelo sastre, otro zapatero y mi padre con una habilidad especial para trabajar la piedra, podría entenderse que mi camino estuviese orientado hacia la artesanía.

Pero no fue así. Aunque hoy en día elaboro mis propios cinturones, billeteras, fundas para las herramientas, utensilios de madera para la cocina o algún que otro mueble de mi casa, permitirme hacer algo que «no sirve para nada» me ha supuesto un viaje de rotura con lo educacional, una guerra contra mis miedos, un grito de rebeldía que partía y parte de una afonía desconsolada.

Por eso poner palabras a esta parte de mi vida relacionada con la escultura, me supone un reto por tener que traducir algo que no puedo expresar de otra forma, y porque crear no es un acto gratuito ni altruista, lleva el coste de exponerse, de desnudar una parte de ti y hacerla pública. Al fin y al cabo, entiendo que el arte no deja de ser un cauce para hablar de los secretos, de aquello que no se puede o quiere decir de otra manera.

Pero no, tampoco mi camino transcurrió plenamente por los senderos del arte. Estudié filología hispánica pero me resultó aburrido el primer año y cambié para trabajo social, lo que supuso descubrir otra parte de mi. Las relaciones de ayuda suponen también un trozo importante de mi ser y hoy en día dirijo un centro de atención a personas con enfermedad mental. Paradójicamente aquí trabajo con la palabra y sigo rodeado de secretos, revelaciones ajenas que a veces solo pueden ser dichas a través de la «locura».

Pero hay algo siempre latente, al acecho y que me lleva a la escultura, a crear. Soy un recolector de material artístico vaya a donde vaya. Una vez arrastré varios kilómetros en la sierra madrileña un trozo oxidado y retorcido de una viga de hierro de una demolición. No tengo ni la menor idea de cómo fue a parar allí, pero estaba entre escombros, pesaba más de 40 kilos y no me pude resistir a no poseer aquel tesoro que el dios Apolo quiso poner a mi disposición.

Necesito que mis manos creen ajenas al balcón de las miradas serias y normativas. Mantenerme en la humildad de quien se siente incómodo como artista, tambaleándose cual funambulista en la cuerda del sí pero no y sin querer librarme de la desazón constante que genera la curiosidad, esa maldita y bendita curiosidad.

Madera, hierro y piedra

Son los tres elementos predominantes en mi obra. Lo que siempre tuve a mano y dispuse con facilidad. La madera me lo permite todo, el hierro me lo prohíbe todo y la piedra no me perdona nada. Y en esa constante conversación material, emerge el placer de mi juego artístico.

El reciclaje como inicio de algo nuevo

La mayoría de mis trabajos se componen de materiales que ya traen consigo un mensaje, señales marcadas de una vida. Su aportación a la obra resulta importante ya de por sí. En muchos casos, cada una de esas partes es ya un todo dentro de otro todo. Me llaman mucho la atención las texturas que imprime el paso del tiempo, las torsiones, los óxidos, el desgaste. Y paradójicamente, huyo de las obras que reflejan una fragilidad temporal. Busco el equilibrio entre la delicadeza y lo robusto, entre lo aéreo y lo asentado.

La constante inconstancia

Cada vez me resulta más aburrido trabajar en una misma línea o con los mismos materiales. Pienso en grandes obras de hierro y piedra para exterior, que nunca he hecho, con la misma ilusión con la que monto una pequeña composición de maderas viejas en la mesa de mi trastero o coso un trozo de cuero para una segunda piel en la pared. La capacidad de ilusionarme y sorprenderme la trabajo constantemente con rigor y tesón, para no dar la vida por perdida antes de que se acabe ni llena antes de que se vacíe.

La inspiración

Surge de todo lo que veo, leo, converso, sueño. De la admiración por el trabajo de otros y que no tiene por qué ser artístico. De la arquitectura, sobre todo las estructuras o andamiajes que se generan durante la construcción y más en las construcciones antiguas. A veces me contagio de la ilusión del otro y otras veces simplemente me dejo sentir porque hay algo que, de alguna forma llama mi atención y me hace vibrar.

La aspiración

Aspiro al disfrute trabajado, a que la memoria me permita generar obras presentes, a compartir lo que hago y a que la curiosidad respetuosa no cese nunca.

Javier Beiro

Gallego (A Estrada, Pontevedra 1972) reside en San Fernando de Henares (Madrid).